viernes, 25 de septiembre de 2009

El azar de los paseantes

Ésta es una tesis que no tiene orden o finalidad aparente. Tampoco persigue la comprobación científica sino sólo anímica y se basa en el fenómeno mínimo de mi propia persona.

Así de pequeño es el asunto.

Salir a caminar por la ciudad es una de mis actividades preferidas. No sólo porque rescata el coraje de los charcos tristes en los que a veces cae, sino también porque confirma que cuando uno sale a caminar sin razón descubre posibilidades que de otra manera nunca se hubiera atrevido a encontrar.

En mi caso ante todo es necesario un anzuelo de felicidad. Los sentidos —generalmente caprichosos y parciales dictando percepciones desde lo alto de sus sillas para niños— parecen más dispuestos a ayudar si se los convida de forma adecuada.

Me coloco los auriculares y dejo que “Stayin´ Alive” comience a ablandar el peor de los días. En la longitud de una vereda, la tristeza ya no puede seguirme el paso porque para hacerlo debe dejar de andar triste.

Entonces, si se superan los primeros escollos de vergüenza o exhibicionismo, el juego se activa. El ritmo de la vida cambia, presenta nuevas reglas. La primera se dicta pronto: soltar el borde del pensamiento y zambullirse hondo en el cuerpo. Salpicar otra gravedad que aliviane los alrededores mientras nosotros nos volvemos nítidos.

Aminados como bailarines en el musical ajeno nos encontramos rotando en una espiral que comienza la expansión. El azar dirige y nuestra sensibilidad guía.

Bajo las barreras se forma una escena de baile colectivo. En las “Aes” largas y agudas que suelta la melodía damos vueltas y vueltas con otras mujeres. Giramos entre las rayas rojas, blancas y rojas del paso a nivel. Desembocamos en la calle comercial donde desfilan las guerreras en botas dominantes y las señoras llenas de bolsas. Hacia los lados, se abren los matrimonios que apuntan alto hacia las vidrieras y luego, al retomar la marcha, se balancean al unísino de un mismo cuerpo monocromo.

En el semáforo brincan los cuadros de un abrigo por el taxi en fuga; irrumpe la mirada del señor maduro que no se resigna; y se practica la pirueta para eludir el batallón de progenitoras que avanza carros de bebé sobre la calle.

Entramos en la coreografía, en el torrente de monosílabos y risas, de adolescentes, de hijas con madres del brazo, de hebillas, de mochilas, de quejas, de millones de zapatos en cajas de cristal.

Más adelante se despliega un ballet de caniches espumantes y nerviosos que tira del brillo de las correas y ladra en pequeñas dosis.

En este punto, si uno aún no se ha entregado, algo le reclamará. Algún símbolo condensará el pedido. Requerirá el pago. Se dilatarán los perfumes. El olfato —generalmente muerto para la intuición — resucitará. Los Bee Gees dirán: “No estoy yendo a ningún lugar. Alguien que me ayude”.

Si el pedido se acepta, si uno se rinde ante la evidencia de que hasta las galaxias bailan, el momento interestelar abre sus cortinajes.

Doblamos en la próxima esquina.Para darnos confianza envían una sonrisa cálida, festejos lejanos en una cancha de fútbol, una sombra amigable dispuesta a jugar.

Nos acercan la ventana que contiene el rubor brotando de la mujer que bebe un vaso de agua.

Dejan una puerta abierta donde la madre peina y la vejez destierra de su hall pulido un globo celeste.

De repente nos gritan: “¡Cuidado loco!” y nos muestran a un perro de patas cortas que cruza la calle sin mirar.

Nos hacen ver, sin ambigüedades, que el sol toca la palabra “Anarkólicos” con la misma suavidad que a la tierra y a los árboles.

Por algún rato permiten que comandemos un rebaño de palomas y las hacemos correr a nuestro antojo.

El azar presta su lomo y ofrece el galope a cambio de un esfuerzo de nuestra parte. Montar el gozo sabiendo que nunca se va a quedar quieto. Que nunca reconoceremos su cara porque siempre será nueva.

En este punto se dispara el hambre fría. Una avidez de explicaciones. Calcular un significado inmóvil para los planetas. Una mano negra alcanza las casillas vacías de interpretaciones. Las miro con cariño, después de todo nada sería más fácil que llenarlas. Pero me resisto y surge dentro de mí la voz que me ha dado alguien sabio.

“¡SOLTÁ ESA CABEZA!”

Qué ruede
qué ruede por la ciudad de los paseantes
donde las primaveras
acarameladas
con excesos de tarde
se dan forma
a sí mismas
y después

se deshacen

como las nubes

8 comentarios:

Anónimo dijo...

"hoy lo leí, creo que es el texto más poético de todos los que he leído. es más, de a ratos, casi hermético... lo que le da un halo muy particular. me gustó y mucho. besu" Laura

Anónimo dijo...

Me encantó! Por momentos, el relato se vuelve tarkovskiano! Vivi

Anónimo dijo...

En algunas ocasiones mi cabeza se soltó sin planificación y un irresistible pasito al estilo Pink Panter se adueñó de mis piernas. Inmediatamente miré a los lados buscando ojos burlones, críticas del barrio, pero no... como cuesta soltar esa patita... como cuesta soltar la capocha y el cuerpo... Pero cuando uno logra hacerlo el premio es maravilloso, chispeante.
Me dieron ganas de bajar la canción de los Bee Gees Mara y convertir en bailarines hasta a los más amargos. Se agradece todo ese estímulo tan bien contado.

LTLM

Anónimo dijo...

Leerte es como ir de tu mano recorriendo ese Buenos aires, de caniches espumosos, niñas con hebillas y mochilas, ese perro que cruza sin mirar, las rayas rojas y blancas y esas escenas que jamás se repetirán. Real, tierno, y muy bonaerense. Un placer de verdad!
Un abrazo
Ana

Anónimo dijo...

Qué lujo! El relato se va escurriendo en imágenes poéticas a cada paso, hasta que se hace sólido al final. Es muy bueno ver un paseo por el barrio de esa forma. "El yo básico se hace universal" Gracias por compartirlo.AnaM

Anónimo dijo...

un delirio musical, no? saludos Roquen´roll

Ricardo Capara dijo...

Paseando... paseando por la ciudad... con tus cinco sentidos alertas... descubriendo lo que ayer viste... pero es nuevo todo... porque ayer viste otra cosa.

Pablo dijo...

Lo mismo, pero con música de Michael Jackson...caminar como si flotaramos, ¿no?