sábado, 31 de enero de 2009

La eternidad abraza a todos los hombres


Subí al colectivo después de abrazar a mi hermano por primera vez.
La tarde era fresca, las medianeras tenían caras amarillas de sol y se podía sentir que la Tierra giraba despacio hacia los labios de la noche. Me senté en la última fila del colectivo y abrí el libro de Khalil Gibran donde lo había dejado. Intenté concentrarme pero no pude. Todo mi cuerpo vibraba sobre el motor del vehículo. Leer me fue imposible.

Es extraño como a veces me cuesta manifestar las emociones. ¿Ser un humano no se trata exactamente de eso? Bueno, exactamente no sé, pero algo de emoción debe haber. Si hubieran querido que no tuviéramos emociones habrían creado simplemente máquinas de inteligencia artificial. Si eso es posible para los japoneses, ¿cómo no sería posible para los dioses? Claro que tal vez los japoneses no estén de acuerdo en este punto.
De todas formas, volviendo a mi hermano, no recordaba la última vez que lo había abrazado. Sí podía hacer memoria del abrazo de cara a la foto que nos sacáramos en algún cumpleaños, pero abrazo de verdad no recordaba.
Pasé la tarde con ellos (mi hermano y su novio). Tomamos mate. Hablamos de lo caro que está retapizar sillones, de clásicos del costumbrismo como el calor y la humedad, de lo gordas que tiene las piernas Florencia Torrente, y en algún momento me fui poniendo inquieta. Tenía que volver a casa antes de las nueve y ese pensamiento me fue nublando. Se me hizo más presente la ansiedad mecánica de estar saliendo hacia otro lado, que la de estar en ningún lugar. Después de repetir un par de veces que ya me iba, mi hermano y su novio se ofrecieron a acompañarme a la parada. Poco convencida, porque pensé que haría más rápido si caminaba sola, les dije que sí. Lo que fue sucediendo después, más que acciones encadenadas pareció ir desenredando un ovillo que llevaba tiempo formándose entre nosotros.

Caminamos sin decir palabra hasta que en un momento, sin darnos cuenta, íbamos al mismo ritmo los tres. En algún lugar nos cruzamos unas miradas cómplices ante un perrito “colicorto” que andaba muy orgulloso sin correa y reímos ante una vidriera de peluquería de viejas que dejó salir a una con el pelo indefectiblemente violeta. (Algo que suele ocurrirles con frecuencia a estas ancianas.)
Al llegar a la Av. Entre Ríos, me desboqué. Volvió a mí la tropilla de pensamientos urgentes e intenté cruzar en verde. Fue ahí que mi hermano me tomó de la mano con firmeza, como diciendo no es necesario que corras, vas a llegar igual. Al alcanzar la parada yo hice las monigotadas que hago siempre antes de partir y ellos intentaron sonreír a pesar de ello. Al divisar el colectivo, estiré mi mano de forma elegante y con la mano torpe busqué las monedas. Ya podía ver claramente la cara del colectivero, que me miraba desde arriba, como si estuviera más allá del Bien y del Mal, y de Nietzsche. Entonces me detuve en limpio.
No sé de dónde salió o qué parte de mí lo hizo, pero le dí un gran abrazo a mi hermano. Lo apreté contra mi hombro huesudo, porque eso es el único que tengo para ofrecer, pero lo hice con ganas. De pronto no estaba corriendo hacia otro lugar y podía sentir que el cauce del ovillo se desenredaba. Se hacía fluído. En algún rincón de mí se soltaba algo. ¡El colectivero y su mirada se habían esfumado por completo!

Y como dije antes, de pronto al subir al colectivo la tarde era fresca, las medianeras tenían caras amarillas de sol y se podía sentir que la Tierra giraba despacio hacia los labios de la noche. En las veredas la gente tomaba felicidad helada en forma de cerveza y yo podía sentir que mi respiración estaba hecha de una materia sagrada, que por puro amor, caía en mis pulmones y llenaba mi pecho.

Entonces abrí nuevamente el libro de Khalil Gibran y me dí cuenta. Por suerte, el amigo Khalil supo explicarlo mejor que yo. “La eternidad abraza a todos los hombres.”

6 comentarios:

mara gena dijo...

me encantó tu comentario. gracias. M

... La Morocha dijo...

...

Anónimo dijo...

Los afectos tiñen nuestra vida, son los que dan trascendencia a nuestros actos. Abrí grande y gratamente los ojos al leer sobre el "abrazo a mi hermano" y ambos sabemos por qué.
Un cuento con comienzo y final similares sí, no iguales. Al comienzo no puedes leer al filósofo Gibrán. Al final asimilás su enseñanza tan sencilla como profunda. Se parece al llamado efecto mariposa...de alguien que volviendo al pasado altera el camino de una y al regresar el mundo ha cambiado sutilmente, pero ha cambiado...

mara gena dijo...

Gracias por el comentario. Y el cambio es tal cual lo describís. primero son sólo palabras en un libro y luego ese conocimiento se hace carne en mí! beso. Mara

Anónimo dijo...

Leer al filósofo Gibrán debe ser importante, por el momento yo me conformo con "sentir", que no es poco. Este relato me renueva el sentimiento, me llega profundamente gracias a las palabras de la autora. Surge el brillo de un encuentro entre dos seres humanos que por suerte siempre se están buscando. A veces lo logran y después...lo siguen intentando para que la vida termine valiendo, lo que vale. Felicitaciones, que se repita. AnaM

Anónimo dijo...

A veces la vida te sorprende con una caricia al alma (si es que existe) y lo mejor es aprovecharla. Uno no se da cuenta de los afectos cercanos, por eso mismo, por lo cercano, y cuando nos permitimos sentirlo y disfrutarlo nos sorprende.