viernes, 9 de abril de 2010

Teoría imperfecta sobre la fobia a los porteros

A todos —aunque lo ignoremos— nos acecha un portero. No crea usted que porque ostenta una sonrisa crepuscular y buenos modos será perdonado por el hombre que cuida las puertas. Las puertas siempre han sido territorios peligrosos. Allí se está en tránsito. Yendo o viniendo. En esos pasajes somos una corrida de muecas, un gesto torvo, una mirada suspicaz, un moco en la nariz.

Cosas que se escapan.

Mi fobia pasa por creer que efectivamente el portero las encuentra. Como un paparazzi experto consigue sacar fotos a lo que defendemos, lo que ocultamos dentro de nuestras amabilidades; aquello que no nos hemos perdonado.

Tengo un amigo que llama “fotos prohibidas” a esa colección de episodios que guardamos bajo un montículo de vergüenza. Ésas que en general intentamos disimular.

Pero sucede que en las puertas esto no funciona. Por algún insondable misterio, en ese lugar se hace visible que la sonrisa que traemos puesta en realidad proviene de una cara seca. Que el abrazo de bienvenida está lleno de pestañeos. Que la despedida es un alivio.

¡Qué no dicen las puertas a los porteros!

El otro día me encontré bajando las escaleras con prisa. Al escuchar el CLACK! de metal que hace la puerta al cerrarse, caí en la cuenta. Era de noche, necesitaba llegar al supermercado chino antes de que cerrara y había bebido unas copas de más. Hice una mirada circular a la cuadra. No vi al portero de enfrente por ninguna parte. “Mi némesis debe estar tomando un baño”, pensé y lo imaginé con deleite en una ducha fría de azulejos pálidos.

No había tiempo, tenía que llegar al súper y volver antes de que el portero apareciera. Apreté el paso. La barrera del tren estaba baja, por lo que una caravana de coches soltaba jaurías de bocinazos e improperios. Crucé la calle con paso veloz pero mostrándome muy calma. Mejor no realizar movimientos bruscos entre hombres con efervescencia de bestias.

En el súper no había nadie y obtuve lo que necesitaba en poco tiempo. Ahora sólo me restaba volver. Doblé la esquina, —según la técnica de la Pantera Rosa— troté tres pasos y espié detrás de un árbol. No había nadie. Los autos comenzaban a salir del embotellamiento y arrastraban su ruido como pieles viejas. Una voz iba remontando la corriente a través de alguna radio. Caminé con atención. La cuadra estaba totalmente desierta. “Así suelen ser las escenas en los duelos cara a cara”, pensé. Aminoré la marcha. Las zapatillas hacían un suave “ñif, ñif” que en nada se parecía al templado sonido de las espuelas. Mi mano aferraba con nerviosismo una bolsa de plástico con snacks y una lata de atún.
Ya podía divisar la puerta de mi edificio. Sus dos faroles encendidos lanzando lejos a las sombras. Pronto habría cruzado la calle. Pronto giraría la llave y estaría a salvo. Mis latidos comenzaron a agolparse como mariposas en una red.

Bajé el cordón. Di unos pasos y empecé a bordear la única camioneta estacionada en medio de la cuadra. Ya llegaba a una de sus aristas cuando escuché un resoplido. Allí estaba el portero. Yo no había hecho ningún ruido y él no me esperaba. Lo sorprendí con su dedo plácido rozando la superficie de una sonrisa. Sus anteojos fotosensibles apenas coloreados mostraban dos ojitos de brillo manso. No pareció darse cuenta de mi presencia. Guardaba silencio y se balanceaba en un ritmo imperceptible movido por las imágenes de su interior.

De pronto, levantó la vista y me miró como si yo recién me hubiera corporizado.

—Buenas noches… Mara —dijo en una voz franca.

Quedé desorientada. Olvidé la cuenta de las victorias y las derrotas. Musité un minúsculo“Buenas”, incliné la cabeza y remprendí la marcha.

Al ir subiendo las escaleras la impresión extraña continuaba. Qué había sucedido. Qué raro ingrediente había deshecho nuestro pequeño combate. Aún no lo comprendía con exactitud. Sólo podía advertir que algo se había desenredado para transformarse en una sensación nueva y simple.

Tan simple como escuchar sin miedo tu nombre desnudo en la noche.

10 comentarios:

Anónimo dijo...

cuentes lo que cuentes lo haces del 10! me gusta! abrazos! ML qqml

Jeferson Cardoso dijo...

Yo soy un hombre común y desea publicar mis cartas, además de mi casa.
Yo no hablo español, pero voy a utilizar los recursos de traducción para la comunicación con usted.
Tengo poemas, cuentos y ensayos.
Le pido que lea uno, sólo uno.
Y si usted lee dice algo distinto, como quieras (sonrisa).

Un saludo y mis mejores deseos: Jefhcardoso

manu dijo...

Me tensioné con el relato, sucede que con mi portero está todo bien, pero el de mi abuela es un problema, siempre me quiere hablar de fútbol, a veces hago que hablo por celular para clausurar toda posibilidad de diálogo (tremendo).

Lo sorprendente del relato fue que el lugar se asemeja bastante por donde vivo, la estación de tren cercana, el súper chino, etc, etc. Aunque pensándolo hay diez mil súper chinos y varias barreras de tren, con lo cual, estoy desvariando. Pero lo imaginé por acá (igual).

Salutes y buen lunes!!!!

Anónimo dijo...

Es muy valedero que hayas titulado el mismo como "teoría imperfecta", porque te da margen para rectificarte frente a opiniones contrarias, jejeje.
Lo cierto es que los porteros, como las alegres comadres del barrio (devenidas hombres travestidos, merced al nuevo clip de Personal), saben vida y milagros de todos los consorcistas, "anche" de muchos otros vecinos barriales también. En las malas épocas se había establecido una especie de policía de porteros, que delataban a los vecinos "contras" y eran muy efectivos. Me imagino la totalidad de los encargados unidos como informantes de las fuerzas de seguridad, y/u otros detentadores del poder del momento, por ejemplo el político...¡¡¡Otra que gran hermano!!! H.

Anónimo dijo...

El relato como siempre es muy bueno. ¡Me encantan las metáforas!El portero, si bien es emblemático de una generación de perseguidores, me recuerda a las vecinas que existen en lo que queda de "ciudad barrio" y que detienen su vida detrás de una ventana. Al igual que en "La ventana indiscreta" existe siempre ese observador en nuestras vidas que la transforma en algo expuesto. AnaM

Anónimo dijo...

En mi barrio no hay porteros, porque por ahora no hay edificios, pero tenemos gariteros (de garitas...), que hacen lo mismo.

Por suerte con mi cara de culo inexpresiva me gané el que después de años me dejaran de joder.

Saludos

J.

La lectora dijo...

"el nombre desnudo en la noche" (más aún si es el nombre propio) es escalofriante.
saludos!

... La Morocha dijo...

me encantó! gracias!
y yo, al portero que tengo ahora lo quiero!

Anónimo dijo...

Muy Bueno Mara...
Saludos
Roberto.-

Anónimo dijo...

Hola, te visito desde la comunidad PTB, es un gusto seguir tu blog :)

Saludos