miércoles, 19 de agosto de 2009

Ataques de pánico a un cuerpo de distancia


A
l salir del subte, la penumbra se deslizaba como dedos entre los edificios. Abajo el Once caminaba a gente de todos los colores. Los llevaba bullendo entre sus patas de andamios y bultos. Era necesario esquivar, saltar y pisar una maleza de sustancias para avanzar a través del barrio. Quienes lo conseguían sin inmutarse eran verdaderos baqueanos. Los baqueanos del Once parecían alcanzar la calma de quien, hasta cierto punto, comparte los designios del caos.

Su contracara eran los extranjeros. Aquellos que visitan el Once ocasionalmente. Entre éstos siempre puede verse una madre con sus hijas más próximas a los quince años, que examina souvenirs con delfines emplumados mientras estorba las rutas de los nómades. Poco les importa a los extranjeros impedir el paso de los baqueanos. De hecho, ni lo notan. Pretenden embestir la realidad con la misma arrogancia con la que nombran las siglas de su banco.

Yo por lo pronto, me refugié en un cotillón. Mis ojos estaban aguijoneados por más pigmentos de los que podían ver. El Once no dejaba vacantes de tranquilidad. Inundaba todo. Evaporaba los huecos.

Para ingresar al local necesité probar mi inocencia a un guardia de seguridad que permanecía oculto entre las maracas. Hice una sonrisa como si estirara la plastilina de mi cara y me dejó pasar. Una vez adentro, me hallé a la deriva. ¿Qué podía tener lógica en este lugar? Evidentemente mi cerebro no conseguiría cruzar la frontera del asombro con nuevas instrucciones. Comencé a zigzaguear torpemente entre acantilados de sombreros y anteojos. Me dejé ir.

Un niño con un choclo gigante y púrpura llamaba a los gritos a su madre. Ella permanecía lejana a sólo dos pasos de distancia. Lo ignoraba con atención. Continuaba en la charla con una amiga mientras iba tocando los distintos acordes de la impaciencia que colgaban como antifaces a lo largo de la pared. El niño continuaba gritando. Gritó y gritó hasta que uno de sus decibeles tocó las partes pudendas de lo intolerable. Inmediatamente varias cabezas lanzaron miradas severas como granadas de mano. La madre giró sobre los talones, dió golpe seco en la cabeza del niño y enronqueció como para llamar a un santo: ¡No ves que estoy hablando!

El niño cesó el grito. Lo soltó junto con el choclo gigante y púrpura que agitaba en su mano y la cabeza.

Continué caminando sigilosamente entre las cornetas y tuve que eludir un cuerpo de gente que empujaba hacia las profundidades. Conseguí evitar la tentación de las pelucas. Y no probé un solo silbato. Pero en el último momento, junto a una hilera de casitas de mazapán, sentí una recaída impiadosa. Me faltaba el aire. La anoxia estaba próxima a invadirme el cráneo. Me encaminé hacia la puerta y una vez demostrado que ningún elefante de azúcar se había subido a mi bolso, el guardia me dejó en libertad.

“¿Cómo demonios había accedido a encargarme del cotillón con tanto gusto?”, me pregunté. Estaba agitada. Mis sensaciones saltaban de una en otra como si se treparan a los pedazos de algo caliente. Necesitaba un descanso. En ese estado nunca encontraría lo que buscaba y hasta podría perderme a mí misma. Crucé la calle junto con una estampida de bolsas negras que galopaban entre naves espaciales y bocinas.

Fue al llegar al otro lado que me tomaron del brazo.

–Por favor, ayúdeme. Tengo un ataque de pánico –dijo la mujer con una lentitud violenta. Luego se quedó quieta y me miró desde el absoluto desconcierto de su rimmel azul.

–¿Podría acompañarme unas cuadras? Voy hasta Azcuénaga al 500 –dijo en una voz catatónica bastante cercana a la calma.

Mi cabeza asintió imprevistamente y segundos más tarde, caminaba por el Once junto a una mujer con un ataque de pánico.

–Sos la tercer persona a la que le pido ayuda. Pensé que iba a tener que hacerlo sola –sin mirarme, me tuteó como si alguno de sus circuitos primarios hubieran fallado.

–¿Es la primera vez que te sucede? –intenté que mi tuteo tuviera un tono científico. Asumí que sería lo más protocolar en un caso como éste.

– Antes me pasaba. Pero hace más de seis meses que no tengo crisis y pensé que no iban a repetirse. Pensé que estaba curada –dijo con una expresión tan pelada de comisuras que contagiaba pena. Y como si necesitara explicarlo mejor continuó– Tuve que bajarme del colectivo a las pocas cuadras porque me ahogaba. Pero si alguien me acompaña me tranquilizo.

No supe qué más decirle. Ninguna metáfora, moraleja o chiste podía mejorar el espacio donde dos personas caminan juntas. Mantuve el silencio. Mientras andábamos fui dándome cuenta de que a su lado, el Once no parecía tan caótico. Fue como si entráramos en un intervalo. Las vibraciones de la locura parecían envolvernos, pero al acercarse a nuestra orilla se hacían más lentas. Inofensivas. La mujer entendía perfectamente la lógica del camino y nos conducía sin equivocarse a través de estridencias, forúnculos y metaloides. Ella nos guiaba y sin embargo sus ojos permanecían opacos. Era una baqueana del Once que se había perdido en sí misma.

Finalmente llegamos a Azcuénaga al 500 y la mujer se detuvo.

–Desde acá puedo seguir sola. Tengo que llegar hasta aquella puerta –dijo y señaló un exuberante negocio de bijouterie como su única salvación.

Le pregunté si estaba segura de poder sola. La mujer asintió con un movimiento corto de cabeza. Estábamos inmóviles una frente a la otra y en ese momento no sé por qué, la abracé. El gesto fue torpe y pronto nos separamos a un destiempo civilizado, pero al observarle nuevamente la cara encontré que sus pupilas comenzaban a salir a flote. Yo también me sentía mejor.

Así, cada una giró hacia su destino sin decir palabra. Persiguiendo la felicidad en direcciones opuestas.

14 comentarios:

Anónimo dijo...

ataques de pánico a uncuerpo de distancia

Mara: ¡ soberbio! Déjame decirte que lo has bordado,empezando por el título, que es sobresaliente y el relato no deja nada a la imaginación, esos detalles de los baqueanos del Once y los extranjeros. El cotillón. El niño y la hostia que le da su madre! Disfruté muchísimo. Tiene ese toque cómico y esa ternura del final que lo hace brillante. Felicidades!
Un abrazo
Ana

... La Morocha dijo...

ay, Mara, simplemente excelente. descripciones cabales gracias a la gran intuición y capacidad de "ver y sentir" que tenés. genial. en cierta forma lograste mimetizarte con la sra del ataque de pánico. cuando te da uno (doy fe) no ves nada más que el objetivo: llegar... y rápido, ya. el mundo pasa definitivamente a otro plano y en otra velocidad. gracias!

Anónimo dijo...

MEJOR INGENIO QUE FUERZA!!!cuando dices el once es aca en bs as ?supongo que si jeje un lugar lleno de estranjeros ...creo que la situacion de la ujer es terrible me suele pasar no en la calle tan seguido pero es una fea situacion ahora que bondad la tuya de acompañarla y siendo del once me meti muy profundo en el relato me encanto besosos.Mónica denis

Ricardo Capara dijo...

Mara, primero te digo que el chanchito con barbijo y ojos de susto,¡me encanta! y segundo, este relato también. Felicitaciones!!

Anónimo dijo...

Muy bueno Mara. Muy bueno. Tu redaccion, los personajes, las descripciones, el ambiente. Me gusto todo. Un saludo afectuoso de Fobio

Pablo dijo...

Como un carnaval carioca, sólo que en vez de llover papel picado, llueven pastillas de rivotril, alplax y triptanol.

Saludos

Anónimo dijo...

Estimada M.

Este texto me parece genial, sobre todo porque comparto las mismas definiciones.

Tiene frases que sobresalen y la misma sensación de aquella venta de oro por el centro.

"Pretenden embestir la realidad con la misma arrogancia con la que nombran las siglas de su banco."

Increìble esta frase y muchas más que pusiste.

Cuando paso por Argentina, algo así como una vez cada mes, casi siempre tengo que ir por el Once. Inexplicablemente la oficina está ahí.

Pero ahí no empieza mi historia. Alguna vez, alguna vida atrás, viví en la calle Córdoba. Algo así como la frontera lejana del Once. Y despuès de haber habitado en la frontera de ese mundo (no me alcanza el término "barrio" para definirlo), tengo la sensación de transportarme a un lugar extraño, una dimensión paralela, una especie de portal intergaláctico donde seres de diferentes planetas y civilizaciones negocian, intercambian artículos misteriosos y transportan alimentos insospechados.

Y a veces decido caminar y dejarme perder por esas calles, sólo para fascinarme y dejarme arrastrar por ese universo paralelo, que cuando vivía en Buenos Aires nunca había soportado.

Sin embargo nunca me animé a comprar nada en el Once. Tengo la sensación de que si toco ese mundo, explota como una burbuja. Mi sola intervención lo alteraría, lo desintegraría, como una certeza inevitable de la teoría cuántica.

Pero sí lo disfruto paseando, mirando las cosas extrañas que sólo pueden pasar ahí.

Gracias por este texto y el paseo intergaláctico.

=)

erb.

Alma Mateos Taborda dijo...

Estupendo trabajo Mara. Ha sido maravilloso leerte. Felicitaciones. Un abrazo. Escribes con singular maestría!

Anónimo dijo...

Cuántas veces me habré perdido entre tal maremoto de colores, movimientos y sonidos... Cómo uno puede volverse adicto a semejante atrocidad? En el fondo una parte de nosotros siempre quiere un elefantito.
Si tuviera plata te financiaba el libro!

La Tía
(Shit, siempre me olvido la contraseña de mi cuenta google.)

Anónimo dijo...

Bien!!! Muy bien!!! Qué bueno es sumergirse en las fobias asi descriptas y en ese mundo tan tuyo de palabras inalcanzables. Por favor más. (La idea de financiar un libro tuyo es muy buena) AnaM

Belu.M dijo...

Mara, escribis muuy bien. Estudias algo relacionado con la comunicación no? Me encanta tu estilo, en serio, sos una grosa.

... La Morocha dijo...

I wonder if I like to be called little piggy... I'm definetely spoiled but...
:)

Anónimo dijo...

El rokero JC
Mara, me gustó este cuento que recién ahora me puse a leer -es que antes creí que tu mail era una cadena-. Me causó gracia que digas que el de seguridad te revisó al salir pensando que tal vez podría encontrar no sé qué, claro, el no sabe quién entra a afanar, a comprar o mirar con horror los horribles souvenirs, jaja...
Por otro lado, me asombró que hayas ayudado a esa mujer, ¿será cierto?

Anónimo dijo...

Increible! Tenes una capacidad de redactar al detalle como pocos tienen,comparándote con los grandes, me hizo acordar a la narración de Allende y a Gabriel García Márquez, los seguirás a ellos?
Gracias por compartir con nosotros esta tragicómica redacción, con toques de ironía, detallismo, picardía y este personaje con una mezcla de sádica y dulce.
Felicitaciones!