Hace veinte minutos que observo cómo intentan bajar del auto a una mujer en silla de ruedas. ¿Por qué este repentino y bizarro voyeurismo? Intento un juego. Hallar una historia entretenida a cualquier escena que se presente por la ventana. En este caso, desde la perspectiva que me toca –enfrente y a un piso de distancia–, se ve como una picaresca italiana. (Imagino que un punto de vista más cercano correría el peligro de asemejarse a una película de Enrique Carreras.)
Es de noche. Dos hombres robustos chocan entre sí mientras tiran de una pierna. Ahora uno es tragado por el interior del auto. Solo se ven sus nalgas, que por algún misterioso motivo genético le llegan casi hasta la nuca. El segundo, un hombre al que le tiemblan los mofletes, se aferra a la silla de ruedas como si no estuviera domesticada e intentara escapar. Insisten en tirar de las extremidades de la mujer un grotesco número de veces. Finalmente abandonan. Han comprobado que la estrategia sólo los conduciría a la fractura o el descalabro. Su próxima astucia consiste en mover el auto hasta la bajada de un garage. ¿Su táctica? Probablemente aún están tratando de descifrarla. Pronto tiran nuevamente de ella y bufan.
Comienzo a aburrirme. Estoy por hacer zapping mental y dedicarme a cosas más productivas como el ordenamiento de moluscos en mi baño, cuando llega un chico de veintipocos años, prolijamente vestido. Toca uno de los timbres del edificio, retrocede dos pasos y comienza a esperar. Es evidente que se ha arreglado para el cortejo. Me enternece ver que su comprensión del asunto llega al límite de usar “camisa y perfume”. Con todo, se ve bonito en su torpe constancia para trasladar el peso de una pierna a la otra, como un niño que comprueba la gravedad de sus zapatos nuevos.
Es inevitable que la escena me atrape. Nunca he podido resistir a la esperanza del romance. Me es imposible cambiar de canal en una escena rosa. No importa qué tan trillada y vulgar resulte, me resulta imperativo mirarla. Forma parte inextirpable de mis placeres culposos.
Mientras tanto, los dos hombres del auto han conseguido desparramar a la señora en su silla de ruedas y la empujan hasta la entrada del edificio donde está el chico. Él los ayuda con la puerta y pronto desaparecen. El chico ha quedado solo. La llovizna no parece afectar su impaciencia. Tamborillea los dedos contra las piernas. Mira a ambos lados de la calle sin ver más allá de su nariz.
Diagnostico que se halla en la etapa más magnética del enamoramiento. Los síntomas de vértigo horizontal e incertidumbre son visibles. Probablemente lleva meses teniendo un deseo copioso y abundante que rompe contra una muralla de dudas. Sentimientos volcánicos que se enfrían en la glacial atmósfera del pensamiento.
A todo volumen un auto dobla la esquina. Late en su interior una música estridente. Al acercarse comienzan a vibrar los alrededores. Inconscientemente el chico empieza a balancearse al ritmo de su melodía.
Se enciende una luz al final del hall. Él aún observa el auto que se aleja. Cuando lo nota, un segundo más tarde, gira sobresaltado e implementa su mejor versión. Estira la camisa y se endereza. Practica su mirada profunda. Al otro lado del cristal aparece una figura femenina. Jeans y remera ligera. Anda a los saltitos, en una indecisión permanente entre los escalofríos y el trote. Se detiene ante él y sonríe. Es hermosa. Tiene el cuello largo y su boca parece poseer la humedad perfecta del beso. Los movimientos de su cuerpo están hechos de pequeños deleites. Al buscar entre el manojo de llaves, sus mejillas se colorean y frunce suavemente el ceño. Todo en ella parece crearse en una espuma invisible y desaparecer también allí.
Hay una constante conspiración de señales. Él parece presentir que ésa es la noche. Cuando finalmente la puerta se abre da un viril paso al frente. Desde acá no llego a captarlo, pero estoy segura de que sus labios se posan ladinos más allá de las fronteras del saludo decoroso, como marcando el punto de inicio para una invasión inminente.
El chico entra con confianza y avanza hacia el ascensor. A sus espaldas ella se ha quedado detenida. Parece dudar un momento. Repentinamente abre la puerta de un golpe y salta hacia el hall. Con los brazos cruzados sobre el pecho para darse calor, asoma su nariz a la calle. Mira hacia la derecha y hacia la izquierda como si aún esperara a alguien.
14 comentarios:
che que tiene de malo la camisa y el perfume????? jejejejjeej
me gusta tu blog. me dieron ganas de tener uno. sluditos! laura
MEJOR INGENIO QUE FUERZA!!!me gusta el hecho que a todo le encuentras ese algo especial para luego hacerlo una historia besoso. Mónica D.
Es una historia tierna, si así se pudiera denominar. Las imágenes muy logradas, me dan ganas de buscar la crema de cacao para humedecer mis labios. AnaM
Me encanta tu manera de narrar y los escenarios triviales que transformas en grandes cosas, pero confieso con pesadumbre que no entendi el final. Un beso grande. fobio
Existe la posibilidad que que no fuera él a quien espera. B! M
Mara:
Lei y comenté varios de tus cuentos en Textale. Me gustan muchísimo.
Saludos.
Humberto
Hola Humberto:
agradecí cada uno de tus comentarios en textale. espero que te lleguen! me hiciste reir mucho con el de las cintas satánicas y el comentario de tu hija!
Abrazo
M
a mí me pasa siempre esto de colgarme por la ventana. sobre todo me pasa que busco conocidos en los 71 que pasan por la puerta de casa.
para cuándo un nuevo post?
ahí te hice caso y puse lo de los seguidores. gracias.
grandes preguntas que se hace un joven pretendiente mientras espera a que Ella salga por la puerta:
"¿Tendré un mechón de pelo erecto en mitad de la cabeza?"
Así de importante es ése momento para nosotros los varoncitos, por más que cuando Ella, efectivamente, cruza la puerta, pongamos nuestra mejor cara de langa estilo Ivo Cutzarida (y, dicho sea de paso, nunca tengo más conciencia de la expresión de mi rostro que en momentos como ése)
JUJUJUJUUUUU!!!
Ivo Cutzarida! Por Dios! exacto.
"Que contraste! Las dos puntas de la vida. Muy bueno el cuento. Muchas gracias, me encanto!" Vivi
Muy dulce me encanto!
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